Hay que tomar los asuntos con cautela en estos días. La precaria situación económica y social de nuestra isla así lo exige. Ayer se podía observar un desborde de emociones y comentarios que, casi a coro, celebraban lo acertada de la decisión del Gobernador de no postularse para la reelección. Mas sin embargo, ¿para quién es el acierto? ¿para los populares? ¿para los penepés? ¿para el país?
Es importante no confundir lo que entretiene con lo que nos debe ocupar en este momento. Por esto es imprescindible analizar tanto lo que se dijo como lo que no se dijo el lunes, pues si bien es un hecho que el Gobernador decidió no buscar la reelección, no es menos cierto que quedan sobre la mesa más interrogantes que respuestas sobre lo que nos espera en el próximo año.
El Gobernador expresó que no aspiraría para poderse dedicar a atender los retos fiscales. En primera instancia, no queda claro lo que implica atender los retos fiscales. Por ejemplo, no se estableció si el gobierno enfrenta la posibilidad de un cierre o de una reducción de jornada, y tampoco se estableció el curso de acción ante los próximos vencimientos de la deuda. No sabemos si se cederá a las exigencias de los bonistas, como se ha hecho en la Autoridad de Energía Eléctrica, o si simplemente se esperará a que la Corte Suprema federal decida los dos casos que tiene ante su consideración. No sabemos si las esperanzas están puestas en una respuesta federal, aunque a juzgar por la exclusión de Puerto Rico en el Omnibus acordado ayer en el Congreso federal, no es mucho lo que se debe esperar.
El silencio sobre estos temas debe preocuparnos a todos. ¿Qué implica la agenda de gobierno que no le permite presentarse como candidato? Después de todo, la mejor campaña para la reelección es gobernar bien al país. Esa es la ventaja que tiene todo incumbente. Si eso es lo que se propone hacer ¿por qué se retira?
No quiero minimizar el nivel de descontento del país con sus actuales líderes, pero esta desconfianza existe casi desde el primer año. ¿Por qué el giro repentino? Es cierto que las encuestas no favorecen a la administración, pero en nuestra realidad política doce meses son suficientes para rehabilitar y reconstruir un candidato. Luis Fortuño, con una imagen maltrecha, producto del despido de empleados públicos, las patadas a los estudiantes, los contratos a los amigos de la casa y el gasoducto, casi gana en el 2012. Por otro lado la crisis fiscal y económica requerirá que el poder ejecutivo tenga a la mano toda la autoridad política que le permita maniobrar. Si este va a ser el enfoque: ¿por qué desprenderse de ese poder ahora, haciendo el trabajo aún más difícil para el país?
En todo esto, me parece, hay una ruta clara dirigida por el establishment dentro y fuera del Partido Popular que busca mantenerse, retener sus contratos, accesos y tratos preferenciales. Son el poder detrás del trono. Para estos sus intereses van antes que el país y que cualquier individuo, y el incumbente es una figura erosionada que lo pone todo en riesgo. Estos son los que tienen el control real y que ya buscan como acomodar al próximo.
Por último, llamo la atención sobre la continuidad en la gestión de gobierno que ayer destacaban muchos. Este me parece el mayor desacierto. Si bien se han logrado ciertos adelantos, el país no busca continuidad con el curso general de acción actual. De igual manera que no buscaba continuidad con el curso de acción de Aníbal, ni de Fortuño. El país busca romper con la agenda neoliberal, con el trato preferencial a los allegados, con la falta de transparencia, con las súplicas indignas al gobierno federal. El país busca liderato, firmeza y confianza.
Por esto se me hace difícil calificar como un acierto el anuncio del pasado lunes, pues no sé lo que implica para el país en términos de decisiones fiscales y sé que no implica nada en términos de lograr cambios reales y necesarios en nuestra política pública.
El mensaje solo reafirma que el establishment sigue al mando. El acierto es de ellos.